Budapest

Con apenas una semana de vacaciones en el mes de mayo, nos pareció buena idea hacer una escapada corta, de apenas cuatro días efectivos. Buscamos un destino que tuviera vuelo directo desde Canarias para mayor comodidad, y entre los diversos candidatos cobró protagonismo la capital húngara.

Después de un vuelo de alrededor de cinco horas aterrizamos en Budapest, tomamos el transporte público hasta el centro y nos acomodamos en nuestro alojamiento cerca del parlamento. Una zona tranquila y bien situada para movernos durante los siguientes días por la ciudad.

La primera toma de contacto con la ciudad fue a través de un free tour que nos dejó muy buen sabor de boca y estableció las bases para que pudiéramos entender mejor el contexto histórico de esta urbe imperial y la idiosincrasia de sus habitantes.

Los primero nos llamó la atención de su casco histórico, más allá de la imponente arquitectura, fue la tranquilidad que se respira teniendo en cuenta que es una capital europea. La sensación es la de estar en un pueblo en la que la gente pasea sin demasiada prisa y en la que las calles no están atestadas de transeúntes y vehículos. Ese ambiente distendido y la sensación de seguridad, permiten disfrutar de los paseos por sus calles de forma distendida y sentarse plácidamente a tomar un café en alguna de sus múltiples y cuidadas terrazas.

Dividiendo la ciudad en dos, el Danubio discurre majestuoso, a la altura de los monumentos que reposan en sendas orillas. Sus aguas bajan mansas y los pequeños cruceros lo navegan a todas horas. Pasear por sus orillas es refrescante para los sentidos que en verano ayuda a mitigar la sofocante sensación de calor.

tranvia_budapest

En este tramo de la ciudad son varios los puentes que como puntadas unen dos retales de ciudad permitiendo cruzar de un lado a otro. De un lado Pest, más llana, vital y bulliciosa aunque sin estridencias, y del otro, más señorial sobre una colina, reposa Buda, que con sus edificios imperiales mira las reverberantes aguas del Danubio desde lo alto.

Los más famosos son el Puente de Las Cadenas, bombardeado y destruido durante la Segunda Guerra Mundial, custodiado por pétreos leones que miran desde sus pedestales. Y el de La Libertad, ese anhelado concepto que el pueblo húngaro a saboreado solo intermitentemente aliñado con breves épocas de paz.En este tramo de la ciudad son varios los puentes que como puntadas unen dos retales de ciudad permitiendo cruzar de un lado a otro. De un lado Pest, más llana, vital y bulliciosa aunque sin estridencias, y del otro, más señorial sobre una colina, reposa Buda, que con sus edificios imperiales mira las reverberantes aguas del Danubio desde lo alto.

Los más famosos son el Puente de Las Cadenas, bombardeado y destruido durante la Segunda Guerra Mundial, custodiado por pétreos leones que miran desde sus pedestales. Y el de La Libertad, ese anhelado concepto que el pueblo húngaro a saboreado solo intermitentemente aliñado con breves épocas de paz.

parlamento_budapest

En la orilla de Pest, el Parlamento se refleja en las aguas del Danubio. Su arquitectura colosal es más una declaración de intenciones que una necesidad democrática. Y si uno mira la historia resulta paradójica esa ostentación arquitectónica que representa la soberanía de un pueblo que ha sido vapuleado por los devenires políticos de uno y otro signo.

Su cúpula de 96 metros es el centro de una estructura simétrica que se extiende a ambos lados hasta convertirlo en el segundo parlamento más grande del mundo, por detrás únicamente del de su vecina Rumanía.

Muy cerca del Parlamento, paseando por su orilla se llega al Monumento de Los Zapatos, uno de los muchos recordatorios de que el Danubio que hoy discurre plácido, antaño corrió teñido de sangre, engullendo sus frías aguas los cuerpos de centenares de judíos, algunos de ellos niños.

No obstante, como suele suceder, las ciudades tratan de recomponerse y superar sus episodios funestos, y hoy en día Budapest es una ciudad animada, elegante y cómoda de visitar. Lo moderno se conjuga exquisitamente con lo clásico. El art nouveau de las fachadas y los tranvías amarillos que recorren las calles nos transportan al ecuador del siglo pasado. Si no fuera por las modernas líneas de metro, que conviven con la línea 1, la más antigua de la Europa Continental, uno pensaría que está en otra época.

A pocos metros del Parlamento, la Basílica de San Esteban compite en altura este. Su cúpula se alza también 96 metros y en su interior alberga la diestra de San Esteban. Como toda reliquia que se precie también está rodeada de historia y leyenda que merece la pena conocer y visitar.

Monumento de los Zapatos
San Esteban

Callejeando pasamos ante la histórica fachada de la antigua Caja Postal u Oficina de Correos, que cohabita con lujosos locales en los que tomar el brunch. 

Así llegamos a la Avenida Andrassy, arteria principal de la ciudad, con sus lujosas tiendas de grandes marcas, y con el edificio de una de las óperas con mejor acústica del mundo según los entendidos, y cuyo interior hacer sombra a la mismísima ópera de Viena, epicentro del imperio austrohúngaro, y en el que Isabel de Austria (la emperatriz Sissi) tenía reservado un palco al que asistía de tanto en tanto, acaparando miradas y eclipsando la obra artística que en ese momento estuviera aconteciendo sobre las tablas del escenario.

buzo_danubio

Para despertar la vena infantil y exploradora, el artista Mihály Kolodko, ha ocultado por toda la ciudad más de una treintena de mini esculturas, cada una con su encanto y con su historia, que incentivan al visitante a encontrarlas al tiempo que recorre la ciudad. Es una buena forma de evaluar si se ha explorado lo suficiente sus barrios y sus calles.

En la foto por ejemplo vemos una de ellas. Se trata de un buzo que ha rescatado una llave del fondo del Danubio, y la historia de esta estatuilla está relacionada con el lujoso y emblemático Nueva York Café.

Para dar una tregua al cuerpo tras recorrer las calles de Budapest, no hay mejor forma que continuar Andrassy hasta el final, hasta La Plaza de Los Héroes y su amplio parque. Allí disfrutamos de unas horas distendidas y terapéuticas, remojando nuestros cuerpos en las más de quince piscinas del histórico Balneario Széchenyi. Seguramente para un habitante promedio de Budapest, haya opciones más económicas, íntimas y relajantes que esta, sin embargo, su arquitectura, su amplitud y su solera, son un reclamo casi ineludible para los turistas como nosotros.

Este balneario no es más que uno de los múltiples que hay en la ciudad, y que son un reflejo de los miles de manantiales y cuevas con aguas termales a altas temperaturas, a las que por su contenido mineral se les atribuye propiedades beneficiosas para la salud. 

Nosotros no sabemos si son curativas o no, pero les puedo asegurar que de allí salimos relajados y con bastante apetito.

banos Széchenyi

Pasear por la orilla del Danubio en dirección al Mercado Central bien de mañana, es una práctica saludable, agradable y muy recomendable. Además es perfectamente compatible con la curiosidad del turista y con el impulso consumista de adquirir algún souvenir que llevarse de vuelta a casa. Por eso, también conviene desviarse por Vaci Ucta, que es una calle comercial, peatonal, con todo tipo de establecimientos y que desemboca directamente en el Mercado Central.

El bonito y colorido tejado del Mercado lo delata ya a cierta distancia, y en su interior, conviven los turistas curiosos, con los húngaros que van a abastecer sus despensas con productos frescos. Los puestos de fruta se disponen de forma vistosa en la planta principal. Todo tipo de frutas y verduras frescas se disponen de forma sugerente invitando al consumo. Los embutidos cuelgan como guirnaldas y los mercaderes ofrecen su género sin atosigar. En la planta alta numerosos puestos de souvenirs y de restauración atraen a los turistas, que si se dejan cautivar pueden pasar horas recorriendo sus pasillos.

No muy lejos se encuentra el Barrio Judío. La sinagoga es la segunda más grande del mundo, por detrás de la de Nueva York.

Junto a la sinagoga, un cementerio judío revela la trágica historia del lugar. Durante la guerra el barrio era un gueto en el que los sionistas eran confinados, teniendo que enterrar a sus muertos junto al templo, en contra de lo que exigen sus leyes religiosas. Y en su patio interior, un sauce llorón metálico recuerda los nombres de todos los que perecieron durante esos oscuros días.

Con la frivolidad que otorga el paso del tiempo, a pocos metros, grandes murales decoran las fachadas laterales de las casas, en Karavan Street la gente se agolpa ante los puestos de comida, y al caer la noche. Los Ruin Bars se llenan de turistas y locales que buscan música, ocio y alcohol. El Simpla Kertz por ejemplo tienen una estética decadente y cuidada al mismo tiempo, ecléctica y caótica, cada estancia es un universo diferente, lo mismo te encuentras un piano dándote la bienvenida, que una bañera recortada a modo de asiento.

parlamento de noche

Un crucero por el Danubio tras la puesta de sol puede ser un buen broche de oro para acabar el día, aunque unas copas en los Ruin Bars también podrían serlo, depende del ánimo y la personalidad del visitante. Ver los principales monumentos a orillas del Danubio iluminados a bordo de uno de esos pequeños cruceros es una experiencia de esas a las que hay que ponerle un “tic”. Ademas los hay de todo tipo, sobrios y relajados, y otros en los que se ofrece bebida y comida y en los que se forman buenas fiestas.

En la ribera norte se encuentra Buda, más sosegada y altiva. Un tren cremallera llega a los turistas más perezosos a los pies del Castillo de Buda, en el que cuentan que Vlad III, príncipe de Valaquia, conocido como Vlad Tepes (Drácula), estuvo encerrado durante diez años. Un pequeño paseo, ya sin tanto desnivel, conduce hasta la iglesia de San Matías, con su bonito campanario y su característico y vistoso tejado. La iglesia está protegida por el Bastión de Los Pescadores, con sus siete torres que representan a las siete tribus magiares que se asentaron en el lugar en el año 896 y dieron origen a la ciudad de Budapest. La historia dice que antaño eran los pescadores los encargados de proteger esta zona de la ciudad fortificada, hoy convertida en un bonito mirador, con vistas al Danubio y con una postal privilegiada del Parlamento, de los puentes que cruzan el río, y de Pest en general. Un bonito lugar en el que ver la puesta de sol y hacer balance de los momentos vividos en sus calles. Un bonito lugar en el que despedirse de La Perla del Danubio y sus innumerables encantos.

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